viernes, 6 de agosto de 2010

San Carlos

-Hasta que no termine no salgo de aquí.-

Desnudo frente a una hilera de libros pesados, envueltos en cuero, fotocopiados, amarillos, oliendo a tinta, impresos ayer, raspados y sucios, Carlos apunta la vista hacia arriba a los libros montados contra la pared. Su ropa cuelga de un arbusto en la calle y el transformador de aquella cuadra. Meses de lectura continua pueden ser programados de aquella línea y es precisamente lo que sabe Carlos. Antes de comenzar a escribir la historia de Colombia, debe de leer la historia de Colombia.

Sus lectores no querrán abrevar de su libro del grueso de una summa medieval.

***

Cuando alguien tiene información mejor que deficiente –esto es, que le sirve no sólo para hacerse de una ilusión de información y así subsanar las reservas de confianza que le permiten desarrollarse en la rutina- y además la hace saber, se le analogiza inmediatamente por medio del sentido común más vulgar como una persona de aspiraciones políticas. Carlos al investigar a las FARC se ha vuelto en su registro escrutador, confesionario de la guerrilla. Cuando Carlos llegó hablándole al público acerca de Colombia y la posición en la que las FARC le han puesto, consumiendo en su totalidad el tiempo que le correspondía como expositor, levantándose porque la energía de su explicación no podía ser contenida en un asiento –ni en una boca-, al bajar del podio las orejas más viejas apuntaron más duro en sus libretas con lapicitos minúsculos y mordidos, para luego parar y doblar en un puñado el apunte en su bolsillo, las más jóvenes guardaron sus grabadoras digitales enganchadas en la bolsa de la camisa, tiraron una foto y escondieron su equipo -¿a qué se debe ésto?-. Otro se le acercó y entre sus dedos le puso una tarjeta, “¿ha pensado lanzarse para alguna candidatura?”, “somos asesores”. A Carlos no le molesta esta gente, porque tampoco le pone atención, ni él a ellos, ni ellos a él.

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