miércoles, 4 de agosto de 2010

Simón el Mago


La cabeza del hombre comió su cola.
Lois Claude de Saint-Martin, El Libro Rojo




Hubo una vez un mago gris que llevaba un elefante regalado. Éste se llamaba Simón, era muy bien recibido en cada pueblo pues con sus agresivas técnicas curaba y estaba presto a ser pagado.

El mago siempre cubría su brazo derecho con una rodela de oro que no le servía de defensa, en ésta escribía las fórmulas e himnos que aprendía a usar, era el enorme y peligroso animal el que con su sola figura lo resguardaba de las fieras silvestres.

A uno de aquellos pueblos donde llegó el mago y que se instaló por un tiempo llegaron unos hombres que curaban y hablaban las enseñanzas de su maestro. Después de haber visto escupir, gritar, torcer, manipular miembros y órganos para su cura, uno de los sanadores de detuvo frente a él. Simón se presentó y preguntó qué era ese poder.

El apóstol le dijo- Hay animales mágicos, Simón, que pueden enseñarte la división natural del cuerpo, los cuervos por ejemplo, que conocen el ojo como unidad y que no comen otra parte que no lo sea, puedes preguntarle a los unicornios, a las tortugas. Estas personas dividen voluntariosamente y por ello violentamente, no saben distinguir las partes del hombre. Por ello le llaman sentimientos a sus pensamientos y corazonadas a sus nuevas ideas, creen que pueden soportar el hambre y se quejan de cada función fisiológica, engordan por amor, tienen sexo por dinero, se excitan con cada abuso. Por eso no saben dividir. Es difícil para estas personas saber diferenciar y dividir. –El hombre miró hacia arriba, alzó los brazos e hizo un gesto al elefante.

Los apóstoles se quedaron poco tiempo en el pueblo, pero atendieron mucho al mago platicando largos ratos con él. Simón les ofreció el oro que reunió en el pueblo donde se encontraron, queriendo pagarles por su magisterio. Y Pedro respondió- Simón no sabes, de esto que te enseño, qué puede ser comprado.- Simón se exasperó. El apóstol lo vio en su rostro.-Simón, ¿cómo aprovechas tu incomodidad?- Se hizo una pausa y el mago miraba hacia arriba con su cabeza de lado, como un pato curioso. Otro de aquellos, Pablo, bonachón y algo ansioso, se inclinó junto a él y le dijo- poner la otra mejilla, Simón, es reconocer que lo que han golpeado no eres tú. Poner atención, Simón. Y se retiraron.

Antes de dormir, el mago tuvo la necesidad de escribir otra de sus visiones, que le explicó lo que Juan describía justo al término de la luz de algún ocaso.

“Dios, después de comprimirse, hizo el espacio. Y en el espacio hizo a través de las letras, a partir del verbo, el mundo. Ya que lo que era arriba era abajo, dividió los elementos, las aguas de la tierra. Tardó seis días. Seis días como Dios los conoce y dejó el séptimo día, el sábado, para que el hombre actuase y lo santificase. El primer hombre en ver el sábado fue Adán.

Lucifer preexistió a Adán. Fue lo que primero fluyó en contra de Dios. El libre albedrío preexistió a Adan. Lucifer diminuto repelió a Eva de Adán, cuando condescendiente Dios partió a un ser perfecto en dos. Cuando el tiempo y el espacio fueron separados. Entonces la eternidad se separó en muchas almas, que dio parte a los seres que conocemos mejor, los hombres vivos, caídos como frutas del paraíso al reino de Dios entre las rocas. La primera separación dio paso a las fluctuaciones y caídas, el flujo estaba planeado, pero Dios nos permitió caer también.”

Días después de que los apóstoles hubiesen retomado su camino el mago tuvo cita con sus alumnos, los cuales le recriminaban acciones con una falsa sutileza y pedían otras con mucha amabilidad en sus bocas. Simón se observó por detrás de su enojo. Y supo que era una parte de él la que se molestaba, pero no él, porque se veía. Probó el momento. Le supo como si hablasen del jarrón creyendo hablar del vino. Un jarrón muy mal pintado, con pereza, con miedo. Y Simón ponía atención.

Pasada la consulta de sus alumnos el mago se alejó de ellos. Internado en la carretera rodeada de arbustos, calor y polvo se dejó guiar tomando la cola del elefante. Se detuvo en un lugar sin huellas y en silencio, Simón al meditar leyó de su escudo la historia que le fue regalada con el elefante.

“El sapo que fue una plaga y el unicornio que se oculta en los bosques. Del unicornio se multiplicó el cuerno y su prudencia, del sapo su seriedad y su piel. Del deseo del unicornio y las ansias del sapo apareció la locura temporal del apareo, del celo. Era un animal gigante que movía sus orejas planas, sus patas como troncos huecos cómodos. Le llamaron Vesta y aquí lo tienes.”

-La forma de ascender es la forma de descender.- Concluyó.

Simón ató la rodela a su cabeza. Se detuvo en el desierto con el elefante. En toda su vida no había visto manojos tan largos de meteoros quemándose. Y en un barrito Vesta se unió a Simón, Simón a los árboles, los árboles a la tierra, la tierra a las estrellas, las estrellas a la noche.

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