miércoles, 4 de agosto de 2010

La insistencia de Lucas

Todas las palabras que escuchamos en el mundo están ahí para decepcionarnos
El Evangelio de Felipe




Uno de los apóstoles dijo que Felipe sólo por la palabra, la predicación, vencía y llevaba a los convertidos hacia el entendimiento y lo enfrentó en sus registros a Simón el Mago, su propio discípulo. Lucas tomando la historia del ausente Felipe, el apóstol solitario, el filólogo, le negó su papel de gnóstico y mago.

Simón desde su bautizo no se separó de Felipe, aprendió que los demonios expulsados por el apóstol de ninguna manera deberían ser relacionados con los enfermos de ellos. Que las partes enfermas no son imprescindibles, pero que las creemos nosotros mismos.

Simón, en su viaje constante, ponía tanto énfasis en los objetos recogidos y regalados por quienes llegaba a sanar que a Felipe le provocaba dolores de cabeza pues no podía vivir Simón con la pobreza del apostolado, andar con la mano vacía, porque traía siempre su chilaba y sus cajas de estaño llenas de cosas curiosas. Y llevaba en su puño la magia. Ciertamente de naturalezas no conocidas por los habitantes de Samaria. A pesar del silencio que recomendaba todo documento con el que cargaba e implícitamente todo maestro con quien haya topado, Simón decía verse invadido por la potencia de Dios. Pero sólo por momentos. Al no saberse discípulo ni maestro veía en él división. Y daba cuenta del proceso como una regadera de bronce sobre su espalda, que le daba alas de polvo y agua.

Lucas nunca le otorgó mayor papel en la misión del evangelio que la de milagrero y propagandista. Dio a Pedro la razón y casi supeditó los bautismos y conversiones de Felipe el Diácono a bautizarse por la Iglesia que Pedro dirigía y a la acción del resto de los doce apóstoles.

Pedro le dijo a Simón en su único encuentro -Para ti, veo hiel amarga y cadenas de inicuos-. Simón, entendiendo con la cabeza, con sus libros y su corazón supo que moriría entonces como Jesús; halago o maldición respondió al apóstol -Que la boca se te haga chicharrón-. Y abrazó a Pedro, quien antes también fuese conocido como Simón, de oficio pescador. Pedro recordó que dialogaba mejor con el papel y dudó por un momento volver con los de oficio curtidores y carniceros.

Simón sabía haber exagerado con Pedro, porque era débil ante los presagios -todavía lloraba con el canto del gallo- pero no podía hacer de las suyas con el serio Lucas ni con Pablo; aún más loco que él.

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