lunes, 9 de julio de 2012

Los Vástagos Genios del Árbol

El árbol, de alto y tremendo porte, mostrándose a la planicie, veía con disimulo un campo lleno de otros árboles iguales a él. No es que se identificase, sino que se sabía de la misma especie. Todo árbol es diferente. Éste recordaba con rabia el vínculo que tenía con la humanidad desde su origen. No lo recordaba con amor. Sus frutos dejaron de ser cultivados porque en algún punto, durante la recolección, se volvieron amargos y duros, y en cada cosecha se acentuaban sus nuevas características. Así expresó el árbol su negativa a seguir produciendo para la humanidad. Cada uno de esos frutos nefastos caía al suelo sin ser recogidos ni generar plantas, porque en la putrefacción, su amargura deshacía las semillas. Los pájaros no se acercaban a liberarlas de la pulpa a su alrededor porque no soportaban el olor o el gusto que les provocaba. La misión y contenido de cada manzana era el odio. Entre ellas se comentaba el desprecio a los niños que subían por sus ramas a buscarlas como golosinas; gritaban –incluso entre ellas- los peores insultos que manzana alguna conociera y otros que con toda su genialidad –hay que reconocerla- inventaban. Cuando caían rodaban con malicia con sus pieles brillantes imitando animales peligrosos, asustando a los novios que estuviesen de día de campo o refugiándose amorosos de la lluvia. También hablaban de sus conocimientos acumulados a lo largo de miles de años de manera fría y analítica. Últimamente, es decir, desde las últimas cinco generaciones de frutas, en ese árbol se discutía la segunda mejor manera de desquiciar a la humanidad, ahora que ya se habían vuelto incomestibles. De las conferencias de una rama, la más alta, surgió la idea de caer como proyectil sobre los humanos paseantes y distraídos. Aplaudida la teoría, se dispuso dejar caer a uno de los expositores para aplicarla. La manzana elegida, abandonando el árbol para golpear al hombre sentado bajo la sombra, se dio cuenta en su vertiginosa carrera vertical de que el objetivo de su existencia no era caer cerca del árbol que la engendró; y que no podría crear de sus entrañas un nuevo vegetal majestuoso como lo deseaban en secreto las manzanas de aquél gigante; que no sería ni siquiera disfrutada por otro ser, porque a su ofrecimiento como sacrificio sería rechazada y escupida. Supo entonces que su lance al vacío fue una acción de amor, para ser amado por otros, para ser aceptado. Se abandonó al amor, no sólo brindándolo a sus semejantes, sino a sus enemigos por igual. Así el fruto, convertido en un santo, hizo un regalo a la humanidad; iluminando al idiota sentado a su sombra cuando al caer le golpeó en la cabeza. Newton había encontrado a su más grande maestro.

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