lunes, 9 de julio de 2012

Los Mitos

Eloebh ha vivido lo suficiente como para discutir con su maestro y destronarlo de su posición en una exposición pública. No quiere hacerlo porque sabe que si su maestro fuese puesto en tela de juicio y llamado “sofista” como tiro de gracia, entonces él quedaría huérfano de conciencia: “¿Dónde han quedado vivos tus pensamientos, si tu maestro ha muerto por sofismo?”. Aquí no vive nadie, sino es a través de la tradición y la seguridad de la sucesión. Eloebh sabe que no puede atacar a los Dioses, a los Amores ni a las Democracias, que no debe, pero no cree en ellos. Sin embargo, guarda la esperanza de que en algún lugar lejano existan. Cuando se paró frente a la entrada de la gruta, el sol no le molestaba tanto. Pero el vapor que las plantas cederían ese día ya se había terminado, ese aire fresco no le reconfortaría más. La sombra de Eloebh se había reducido al mínimo y supo que tenía mucho tiempo a la puerta del Oráculo. Puede escuchar que muy lejos, en el fondo, detrás de las estalactitas y estalagmitas, detrás de la obscuridad, el Oráculo habla. Eloebh perdió los dedos de la mano izquierda trabajando con cuerdas de carga. A pesar de haberse formado en las ciencias, siempre ha sido un esclavo. -¡Dime, Oráculo!- Gritó sosteniéndose de las protuberancias de la gruta- ¡Dime acerca de los Dioses, de los Amores, de las Democracias! Sé que sabes de ellos- Y luego susurró para él mismo “deben de habitar algún lugar”. Eloebh sólo escuchaba sus propios pasos, que sonaban cuando resbalaba sobre lodo o cuando pisaba en una cuenca de agua. Caminó a tientas y a ciegas al fondo de la gruta, hasta que acostumbró sus ojos. Entonces ligeros tonos azulados le indicaron, con poca certeza, dónde pisar y por dónde podía desplomarse. No dejó de extender sus brazos para tocar las salientes que le pudieran golpear el rostro o la cabeza. Bebió del arroyo que bajaba a saltos cuando le dio sed. Varias veces se sentó para descansar en la total negrura; codo sobre la rodilla y palma contra la barba. Se había resbalado y cayó de posaderas contra las piedras, se dobló encorvándose hacia atrás, por el dolor. Fue cuando vio al Oráculo. De repente había luz en la cueva y no se observaba sombra alguna. -Eloebh. Dioses, Amores y Democracias. ¿Para qué quieres saber de ellos? ¿Por qué los haces convivir? -Oráculo. Porque no creo en ninguno. Me han dicho cómo son los Dioses y no los anhelo, no siento sus promesas ni sus regalos. A los Dioses no les huelo ni pruebo, no les haré el amor ni les veré y jamás me han hablado. Oráculo, los Amores son imperfectos, llenos de tanta humanidad, lo humano no es sublime, los Amores son bellos y puros, pero además son estados alterados que no perduran. Oráculo, mira mi mano –y la alzó- mi palma es como la luna, un sol que ha perdido sus rayos anaranjados. Mi palma es luna porque he debido de obedecer a mis amos, tengo muchos amos, uno cada día, porque cada día busco uno, a veces no encuentro, ese día no como y no puedo asistir a la escuela, porque no puedo pagar ninguno de esos dos lujos. Dicen que esto es resultado de las Democracias, que vivimos así por ellas. Y la gente ya no se preocupa de que se logre algo bueno, porque saben que no se logrará. Quieren que se les diga la verdad. Se les habla del alimento que no comerán, del dinero que no gastarán, de la educación que no recibirán, del futuro que no vivirán. Oráculo, vine a pedir la verdad. Bajó sus manos y la luz despareció. El Oráculo también. Eloebh gateó de regreso a la salida de la gruta. En el camino, cuando ya distinguía entre la penumbra, escuchó un susurro un poco más fuerte que la mayoría de sus pensamientos, pero no tanto como para pensar que hubiese un posible interlocutor; aquella insinuación de voz decía: “¿Qué pasará, Eloebh, cuando sólo haya un Dios, un sólo Amor y única Democracia?”. Eloebh se horrorizó. -¡Es verdad! ¿¡Qué pasará cuando la gente sólo pueda sentir culpa, cuando sólo pueda amar a una persona, cuando sólo pueda votar!? Eloebh corrió fuera de la cueva, golpeando el camino y elevando polvo. *** ¡Oh, Eloebh!, el gran maestro. Nos dejó su legado en la piedra, cuando nos enseñó la forma de los Dioses que conocía. Pero no creo que sean esos los Dioses, yo inventaré los míos. Nos dijo de las formas del amor y sus recipientes, pero tampoco le creí, yo aprenderé mi forma de amar. Las Democracias le apasionaron y nunca dejó de hablar de estabilidad y reforma, y en su lecho de muerte gritaba ¡revuelta! Deliberadamente escribió libros que se contradecían, hizo obras de arte ambiguas, escribió canciones sin letra. Las futuras generaciones interpretarían sus creaciones en mil formas. Eloebh inventó Dioses, Amores y Democracias. No lo culpo.

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