lunes, 9 de julio de 2012

Cíclope y gigante

De los grandes vecinos hay uno en particular que se previene del cuestionamiento, a pesar de ser profesor. Es un cíclope de brazos negros y medidas de gigante. Tiene una torre de bloques que se humedecen cada que llueve, cuando es de noche y llovizna, se hace invisible y es protegida por altos árboles, las palomas raramente se apoyan en las salientes del edificio, aves como los cuervos posan por horas despellejando ratones que el cíclope deja encajados en ganchos, sobre la puerta de entrada. ¿Así quien desearía visitarle? Dos amigas; una giganta y una pequeña cíclope. La fascinación que tienen por el vecino es el hecho de que les asesora en la búsqueda del conocimiento y de ellas mismas. La giganta es rápida en su pensar, sin embargo siempre ha dudado de la acción, siempre piensa si logrará llegar de un paso, si cabrá en el lugar al llegar, si habrá suficiente aire que respirar, y puede que en ello se le vaya una vida humana. A la cíclope se le dificulta ver y luego analizar, tiene un ojo menos que su amiga, y su ojo magnimiza lo que observa, lo hace grande, lo hace grave y muy real, sobre todo el dolor y la tragedia; sin embargo siempre ha sido de acciones rápidas. Al vecino le oyeron hablar muchas veces acerca de la agilidad y el control del ego, esa bestia que media entre nuestra alma más enterrada y la otra que brilla como trofeo; le oyeron hablar acerca de la perfección de la técnica de acción, de los procesos que curan la mente por la praxis, la liberación en la construcción. Su torre era el ejemplo de la perfección de su dogma. Un monumento sólo logrado por quien tiene conceptos hermosos acerca de la tercera dimensión y precisión bifocal para plasmarlo golpe a golpe sobre la piedra; y arte logrado del trabajo fuerte y decidido, rápido en la escultura. ¿Cómo pudo ese ser de extremidades toscas y rígidas; de un ojo oscuro y fijo, haber logrado tal hazaña? Sólo hacía falta escucharlo. Sus directrices están en la ciencia, el trabajo y la experimentación. Explicaba: "La torre es el molde donde tu persona encaja, por medio de la praxis en la construcción constrúyete, toma la piedra que ha partido del peñasco y rómpele para hacer tus cimientos, será lo gratuito de lo que tienes que hacer tu base. Con la fuerza obtenida podrás traer piedras del río, se te darán redondas, y las encajarás cuando las logres hacer cuadradas. Luego podrás darle pisos con piedra blanca de los fósiles y huesos de quienes ya no están, dale la forma adecuada. Las almenas, los acabados, el cristal, son puestos mientras trabajas, la belleza no es accesoria, la estética es ética. Seamos bellos. Cuando vivas dentro de tu torre, sabrás que es tu casa, tu caparazón, tu piel y ropa, que te hace ser lo que eres." Así que la giganta y la cíclope se rompieron las piernas y las manos forjando adornos y picando bloques. Sus pieles y corazones formaron escamas de roca. Sus palacios son exquisitos. Al cíclope gigante sólo lo visité una vez. Cuando le vi las manos me di cuenta de todo. Eran suaves y delicadas como las de una doncella enguantada. Ahora sé que los gemidos y sollozos que salen de la punta de su torre no son los de prisionero alguno.

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